Publicado en El País de Cali el 5 de Septiembre

En Colombia, son pocos los que asumen la responsabilidad de sus acciones. Esto aplica para políticos o ciudadanos del común. Un ejemplo reciente de esto es lo mencionado por el presidente Gustavo Petro en su entrevista con la revista Cambio.

En ese medio, al ser preguntado por la impuntualidad que lo ha llegado a caracterizar, el Jefe de Estado afirmó que “al principio era pura (in)experiencia de mi equipo porque se volvían como una maquinita. Eso me ha pasado muchas veces: cuando extraños hacen mi agenda y no yo, es muy difícil”. En lugar de ser un líder capaz de reconocer sus errores, y de afirmar que va a enderezar el camino, este busca culpar a su equipo, que él lidera, de sus constantes tardanzas, desplantes o cancelación de eventos.

Ahora, esta capacidad de evadir responsabilidad se puede ver en políticos de la oposición. Ante el escándalo de Centros Poblados, caso de corrupción en el cual se perdieron 70 mil millones de pesos, y la líder de la cartera, en ese momento, la ministra de Ciencia y Tecnología Karen Abudinen, buscó evadir su parte de responsabilidad, al afirmar que se iba del ministerio con la tranquilidad del deber cumplido. Como dije en una columna anterior, le queda a las instituciones e instancias judiciales determinar la forma en la que el entramado de corrupción, que derivó en este desfalco, se orquestó. Pero, Abudinen no puede evadir su parte de responsabilidad, dado que existían, desde antes que se adjudicara el contrato, señales importantes de irregularidades que esta y su equipo, ignoraron.

Esto también ocurre con los ciudadanos del común. Muchas veces quienes más se quejan de la rampante corrupción en el país, son los que no respetan las normas de tránsito, y buscan sobornar a los agentes de tránsito cuando los paran en un retén.

Esto lo justifican afirmando que la corrupción de ellos es mínima, que es diferente a la de los políticos o contratistas inescrupulosos que roban los impuestos de los colombianos. Sin embargo, al igual que el detrimento de la democracia, la corrupción empieza desde acciones pequeñas. La corrupción no es solo robar recursos, es también aceptar puestos a los que no se está preparado, como manejar el Departamento de Prosperidad con tan solo seis años de experiencia, o evadir las responsabilidades de sus actos.

Según la analogía de la rana hervida, si una rana es sumergida en agua hervida, saltará de inmediato. Sin embargo, si gradualmente se va aumentando la temperatura, para la rana el riesgo será imperceptible, haciendo que esta no se dé cuenta de que su vida está amenazada. Lo mismo ocurre con la democracia y con la corrupción.

Cuando se busca atentar a la democracia, los líderes antidemocráticos no buscarán tumbarla de manera inmediata, sino que lo harán de manera lenta y calculada. Crearán un entorno propicio para deslegitimar el proceso democrático y buscarán implementar ‘reformas’ que erosionan, en paso lento pero seguro, la democracia y sus instituciones.

Con la corrupción, acciones como no respetar las normas de tránsito, o crear narrativas que justifican porque una norma debe aplicar para todos, pero no para mí, hará que las personas incurran en acciones corruptas, porque es que la política es corrupta y no hay nada que hacer, no se puede cambiar esta condición.

Adicionalmente, los votantes, en muchos casos, depositan su voto por personas que se saben que son corruptas, pero que han determinado que, por lo menos, hacen obras. Roban, pero hacen.

Esto a su vez, fomenta una serie de incentivos donde los políticos seguirán robando o evadiendo sus responsabilidades, ante la complicidad de ciudadanos que también buscan justificarse antes de reconocer su error. Todos nos quejamos de la corrupción, pero pocos votan a conciencia por líderes que hacen, pero no roban o evaden sus responsabilidades.

MARIO CARVAJAL CABAL

Líder de Asuntos Públicos para IDDEA Comunicaciones

Twitter: @Mariocarvajal9C

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